30 agosto 2007

¿Por qué se vende barato España?

Dice Rodrigo Fernández en el Diario de América que hace ya tiempo que España perdió la batalla de la reputación y considera "que es una batalla cruel, en ningún caso justa, pero que queda arraigada en el subconsciente del ciudadano sin que nada pueda hacerse a corto plazo". Su frase me ha sonado, como de costumbre, a ese rasgo tan frecuente en el ser humano que consiste en buscar la culpa fuera de sí. Es una reacción del inconsciente, que Fernandez parece querer encauzar luego por vías mucho más maduras al analizar los desequilibrios que aquejan al país.

Si por un lado es, como dice, cruel e injusto que "para una gran mayoría de los ciudadanos europeos, la marca España está asociada a la Inquisición, a las corridas de toros y a la crueldad de sus tercios", por otro es cuanto menos inmaduro mezclar la Inquisición y la crueldad de los tercios con las corridas de toros. Las primeras por ser parte del pasado y la otra por ser un presente bien asentado que se proyecta además sobre el futuro, pues no parece que ese juego vaya a ser abolido ni a corto, ni a medio plazo, ni a ningún plazo, finalmente. Tampoco hay intención alguna de modificar las reglas del juego para hacerlo más tolerable a la mentalidad de otras sensibilidades y tambien de otras culturas. De los tercios no sé yo siquiera si se acordarán en Flandes, aunque queden allí todo tipo de vestigios de aquella era, pero la crueldad sigue vigente. Por mucho que se debata sobre el tema, tanto objetiva como subjetivamente, dentro y fuera de España las corridas de toros son consideradas crueles.

Añade además Fernandez que "la Leyenda Negra que oscurece nuestra Historia no admite argumentos y tan sólo espíritus selectos, que poco abundan, son capaces de trascender el peso de la tradición y rendirse a otros argumentos más objetivos". El chico no puede evitar colarle otra culpa a alguien, esta vez a la escasez de espíritus selectos, y vuelve a perder la objetividad, porque el elementos objetivo en este caso concreto es la abolición o modificación de un espectáculo condenado masivamente. Nada se puede hacer para cambiar la Historia de España, la Inquisición efectivamente sigue en las mentes de la gente como si se tratara de un fenómeno puramente español, lo cual tampoco es cierto, pero así son las cosas. Queda aún la posibilidad de averiguar, escudriñando la historia, si ese hecho tiene o no tiene algo que ver con la crueldad de los países que la vivieron.

Echarle la culpa a otros de nuestras flaquezas no me parece una forma efectiva ni viable de promover el comercio internacional. El mismo Fernandez indica que existen responsabilidades tanto gubernamentales como individuales para que nuestro progreso no avance al paso deseado al decir que "el crecimiento económico de España, sustentado por sectores tradicionales y poco tecnológicos, como la construcción, y por el consumo de las familias, esconde desequilibrios que a medio plazo podrían pasarnos factura".

Nos la pasarán sin duda como nos la están pasando otros hechos que él tambien menciona y que nada tienen que ver con nuestro pasado, sino con nuestro presente: "España, a pesar del milagro económico de estos últimos años, presenta un diferencial de inflación con respecto al resto de los países europeos de alrededor del 2% y es el país desarrollado con el déficit más grande de la balanza corriente (alrededor del 10% del PIB).

¿Y esto tiene que ver algo con la historia negra de España, la Inquisición y todo lo demás? La contradición llega rapidamente, con un mero punto y seguido en su exposición: "En resumen -añade- y dicho de manera llana, España no exporta suficiente porque su productividad es baja y, por tanto, no es competitiva en el mercado exterior". Por muchas horas que el español pase en el trabajo lo que importa es la productividad y España, en efecto, suspende en esa asignatura. "Y además consume excesivamente, lo cual afecta al nivel de los precios", nos recuerda. Mal camino para llegar a un buen nivel de exportación si además tambien suspende respecto a la imagen que proyecta al exterior. "Cuando una empresa francesa está vendiendo un perfume, lo que está vendiendo es la marca Francia, el glamour asociado a una cultura exquisita", indica Fernandez. "Cuando una empresa alemana vende un coche, el consumidor está convencido de que la marca Alemania le asegura una excelencia industria".

Pero ¿que pasa cuando un europeo ve un producto español en el mercado? Cualquier español que viaje es testigo directo de lo que encuentra. Hileras e hileras en los supermercados de vinos baratos o de productos de gama baja, envasados sin miramientos, y desde luego sin la elegancia que caracteriza a un producto selecto, que ni ellos mismos comprarían. En la sección de gama alta o en establecimientos de renombre, conocidos por su estilo y distinción, como Fortnum&Mason en Londres se encuentran pocos productos españoles de primera calidad. Con suerte el mejor jamón ibérico y algunos vinos de primera, arropados hasta los ojos por multitud de productos extranjeros cuya imagen salta a la vista, que hace difícil su localización sin acudir a algún dependiente. "Los chorizos, paellas congeladas y jamón serrano españoles en esos mismos supermercados no los compraría ni el peor representante de la cultura ibérica" explica Fernández, que sabe de lo que habla porque es español y vive en Francia.

Pero su conclusión causa flojera, psíquica y física, cuando insiste de nuevo en vender la marca España con argumentos históricos a modo de excusa: "El aislamiento de España, su Leyenda Negra nos ha llevado a una situación en la que nuestra marca vende productos de gama baja. Afortunadamente todo esto está cambiando, y el mundo está descubriendo a una nueva España gracias en parte al milagro económico que ha hecho que nuestra voz sea de nuevo respetada".

¿De veras? Sabemos que queda un larguísimo trecho por recorrer para que eso ocurra de verdad porque todavía no hemos conseguido llegar a ese nivel de productividad, ni hemos conseguido hacernos esa reputación positiva que solo se consigue con esfuerzo y planificación, precisamente porque los españoles somos los maestros de la improvisación, capaces como nadie de organizar maravillosamente un acontecimiento internacional si nos dan quince días para hacerlo, lo que se nos escapa es el medio y largo plazo, ahí es donde nos dispersamos y donde baja la productividad, en el día a día. Para ser productivos hace falta tesón, constancia y trabajo de equipo y en la mentalidad nuestra, individualista y un tanto anárquica, no se ha asentado todavía la idea de invertir en el trabajo de grupo para producir y exportar a nivel nacional. Seguimos creando imágenes individuales de trabajadores incansables que llegan al primer puesto, pero falla el colectivo.

La psicología social tiene un efecto muy marcado en la economía y el bienestar de los pueblos y prueba de ello es que el propio Fernández pregunta finalmente ¿Para cuándo un Instituto Cervantes con verdaderos medios? Como si esa institución hubiera sido creada para promover los productos españoles y no la lengua y la cultura españolas. La cultura aquí, país de bonvivants a veces parece más sinónimo de gastronomía o vulgar "tripeo" que de cultura. Y si en los más de 15 años de existencia del Instituto todavía no tiene verdaderos medios ¿que hay de la planificación y de la productividad?

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