01 diciembre 2007

Llevarse bien con los padres ¿de quien depende?

El problema de llevarse bien con mamá es tan viejo como el mundo. Cuando digo "el problema" me refiero a esa relación de amor/odio que surge con frecuencia entre madres e hijos. Todos hemos pasado por ello y hemos insistido en que nuestras madres se hacieran cargo de nuestras necesidades emocionales mientras les pedíamos a gritos que respetaran nuestra independencia.Ellos, a su vez, se empeñaban en mantener la misma relación que tuvieron con nosotros cuando éramos críos pero luego no podían comprender que fuéramos incapaces de "madurar". Así, inevitablemente, tuvimos que pasar por todas las etapas hasta conseguir una relación de igual a igual. Costó un poco pero mereció la pena. Los que quisimos mantener una relación satisfactoria por cualquier medio tuvimos que poner orden dentro de nosotros mismos. Esa fue la primera etapa que tuvimos que recorrer pasito a pasito:


PRIMERA ETAPA

  • Tuvimos que admitir que no éramos iguales que nuestra madre y al final no se hundió el mundo.
  • Tuvimos que separarmos emocionalmente de nuestros padres.
  • Al no ser iguales que ellos tuvimos que correr el riesgo de definirnos a nosotros mismos y dejar de buscar su aprobación.
  • Aceptamos, con gran dolor de corazón que nuestros padres no eran perfectos, ni rozaban siquiera la perfección, pero nosotros tampoco. Finalmente llegó un día en que dejamos de sentirnos molestos y culpables por ello.
  • Aceptamos la responsabilidad de lo que éramos día a día.
  • La vida sigue y tuvimos que asumir y aceptar que el periodo de crecimiento no siempre fue un camino de rosas.
  • También tuvimos que asumir y aceptar que nuestros padres fueron el producto de su propio crecimiento y de sus experiencias y reconocer que para ellos tampoco fue una feria.
  • No fue demasiado difícil ver que como adultos teníamos derecho a nuestras propias elecciones y decisiones, aunque costó bastante aceptar que a veces resultaron ser errores. Después de todo esa es la única forma de aprender.
  • Comprender que teníamos el poder de influir en la relación que manteníamos con nuestros padres fue todo un descubrimiento, especialmente cuando por fin asumimos que para ellos nunca dejaríamos de ser "los niños" aunque hubiéramos dejado de peinar canas porque ya nos las teñíamos.

Superada esta primera etapa las broncas disminuyeron algo, pero todavía quedaba la segunda para completar el proceso. Nos costó bastante ir superando los pasos porque el primero, evidentemente, era dejar de decir siempre lo mismo y hacer algo diferente.

SEGUNDA ETAPA

  • Tuvimos que empezar por abandonar cualquier idea de cambiar a los padres y empezar a pensar en cambiar las propias actitudes y comportamientos para conseguir interactuar más beneficiosamente con ellos. Ardua tarea.
  • Algunos hubo que tuvieron que poner el pié en la puerta cuando los padres sobrepasaban los límites, pero eso llegó solamente cuando conseguimos dejar de querer cambiarlos. Fue una simple cuestión de decirles lo que era aceptable y lo que no lo era pero por simple que fuera la cuestión, no fué fácil encontrar la serenidad para hacerlo de tal forma que la costumbre arraigara y se proyectara en el futuro.
  • Con el tiempo vimos que sacar temas espinosos del pasado solo podían traer tragedia. Cuando surgían temas conflictivos suponía un gran esfuerzo "tratar el problema" como algo externo a nuestras respectivas formas de ser, en lugar de entrar en una batalla en la que siempre tenía que haber una ronda de acusaciones por nuestros particulares defectos, un perdedor o un ganador.
  • Tampoco fue fácil encontrar puntos y aficiones comunes en las que pudiéramos participar en igualdad de condiciones pero muchos lo consiguieron.
  • Dejar de pensar que mamá ayudaría con los nietos, o que haría la compra o el planchado no fue un problema para muchos. Otros no nos dimos cuenta de que eso formaba parte de la relación madre/hijo y que era un pecado contra la independencia. Todavía quedan cuarentones que le siguen pidiendo dinero prestado a los padres. Un acto de inmadurez, que algunos aún no han reconocido y para el que siguen buscando excusas.
  • Lo que tampoco veíamos tan claro en su momento fue el tema de los consejos. Los pedíamos, pero cuando nos los daban, si no nos convenían nos poníamos nerviosos, o incluso nos enfurecíamos. La mayoría fuimos comprendiendo que solo podíamos pedirlos si realmente los necesitábamos y que al haberlos pedido había que aceptarlos aunque luego no los siguiéramos. Era tiempo perdido discutirlos durante horas, incluso cuando nos los ofrecían gratuitamente.
  • Al final casi todos nos dimos cuenta de que a pesar de todos los pesares nuestros padres hicieron grandes cosas por nosotros. No deberíamos olvidarnos de agradecérselo.
  • Muchos de nosotros dábamos el primer paso cuando las relaciones se ponían tensas y se cortaba la comunicación, porque pensábamos que era mucho mejor que esperar a que lo hicieran los padres. Ya sabíamos que ellos ya no iban a poder cambiar. Todavía hay por ahí gente que viven en silencio familiar porque esperaron demasiado o fueron demasiado tercos.

Hay que reconocer sin embargo, que si los padres se ponen imposibles, uno tendría que poner los límites y hasta cerrar la puerta definitivamente. Hay veces en que el contacto puede llegar a ser muy doloroso y si hay que sacrificar la propia sensación de bienestar emocional, tal vez haya que sopesar el beneficio que se recibe de la relación. Sin embargo creo que en general se puede evitar. Una buena relación con los padres añade una dimensión positiva a la vida y al final uno se siente bien al pensar que ha sido un buen hijo. Eso será también una herencia para las siguientes generaciones.



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1 comentario:

Anónimo dijo...

Primer artículo que de verdad logra reconfortarme en este camino de luchar por crear una comunicación sana con mis padres. Gracias. Saludos.